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Hace quince años si le preguntabas a un joven en qué empresa le gustaría trabajar había muchas posibilidades de que respondiera que en un banco de inversión. Hace diez, posiblemente esas preferencias habían virado hacia una de las big four de consultoría. Cinco años atrás se diría que la mayoría se inclinaba por los gigantes tecnológicos. Y si se lo preguntaran hoy, quizá muchos se decantarían por alguna startup con ADN innovador o por compañías de talante sostenible. En ese baile de amores corporativos, las modas, la sensibilidad social del momento o los intangibles reputacionales tienen un peso destacado. Pero desde hace unos años las empresas también disponen de una poderosa herramienta para tratar de inclinar la balanza a su favor: el employer branding o marca de empleador.